lunes, 15 de julio de 2013

PEMEX: símbolo, poder e ideología

Estas coyunturas deben aprovecharse al máximo; no abandonar un sólo espacio que pudiera contribuir a la discusión. En una sociedad tan manipulada ideológicamente, tan alevosamente conducida a estados mentales excrementicios, el debate en torno a un asunto de orden público, referente a un bien público, puede perfectamente catalizar la emergencia de discusiones colaterales, tan fundamentales como el tema en cuestión. No es una exageración atribuir a estas discusiones, que intermitentemente irrumpen, la calidad de impulsoras de la formación política en una sociedad. 

Precisamente por toda la nebulosidad, confusión e ideologización que envuelve a la iniciativa de reforma de Petróleos Mexicanos, y por el carácter político neurálgico de la paraestatal, sírvase el presente para desentrañar el oculto fondo misterioso de la disputa patrimonial, que no sólo ideológica, en vigor; y en esta tentativa indagatoria, esbozar además los criterios que rigen toda la política gubernativa, tan desquiciadamente ávida e intransigente. 

Glosa preliminar: El vasallaje de la clase política al modelo de desposesión patrimonial por la vía de la subasta o venta no responde a una lógica procedimental neutral. Es tan sólo la expresión operacional de su impotencia, que estúpidamente asumen extensiva a todos los mexicanos. La modernización vía desposesión-privatización es el mantra de un gobierno lacayo. Punto. 


Los especialistas o el simbolismo 

Dos “cientistas” (o cuentistas) sociales, uno cubano, y otro español. El segundo pregunta al primero: “¿por qué tanto ruido con el asunto del petróleo en México?”. El primero, que de cubano sólo tiene el caribeño acento, responde: “es el símbolo”. El español, entre risas despreciativamente irónicas, asiente: “El símbolo. Claro... Increíble”. 

En la lógica de los cuentistas referidos, concomitante con la lógica de la execrable casta de ideólogos del poder en México, la defensa de un patrimonio es un comportamiento típicamente subdesarrollado, anti-moderno. Únicamente faltó que nuestros foráneos huéspedes añadieran: “A falta de conocimiento acerca de cuestiones tecnológico-empresariales, estos mexicanos se ciñen torpemente al simbolismo”, acaso equiparando el caso en cuestión con el contenido simbólico que reposa en el culto guadalupano. 

Pero lo que interesa subrayar, y que nuestros cuentistas –dedicados a reproducir el gran cuento neoliberal– no alcanzan a ver, es el poder que está detrás del petróleo. Alguna vez puntal inalienable del México corporativista, ahora se pretende que este recurso –el petróleo– se afiance como palanca de desarrollo, pero del México neoliberal. 

Históricamente atrapado entre gobiernos monopolistas y conglomerados empresariales monopolistas, Pemex nunca ha celebrado empíricamente su hipotético carácter público. Como se ve, y más allá de nacionalismos o arrebatos ideológicos neoporfiristas (privatización), la evolución y actualidad de Petróleos Mexicanos se explica en función de un reacomodo geoestratégico internacional, o de los intereses creados intramuros, o acaso de ambos en una devastadora fórmula de saqueo pantagruélico e intensivo. 

Insistimos: en el torcido razonamiento del neoconservadurismo, los sectores que se oponen a la venta de la industria defienden un símbolo, una idea; en cambio, los que evocan e impulsan la desposesión vía privatización les asiste la razón científica desprovista de ideología. 

Típica mayéutica de troglodita. 


El poder de Pemex en cifras 

Se sabe que cerca del 70 por ciento de las ventas totales de Pemex van a dar a los erarios de Hacienda. Que 40 centavos de cada peso presupuestal proceden de la industria petrolera. Que 40 por ciento del gasto corriente del gobierno es financiado con recursos provenientes de Pemex. Que en los últimos dos sexenios Pemex entregó a Hacienda más de 7 billones de pesos (¡sic!). Que la paraestatal ocupa el lugar 14 entre las compañías petroleras más productivas del mundo. 

En la era del extractivismo privado, de cero déficit con base en los ajustes estructurales prescritos por la megabanca transnacional, estas cifras entrañan un absurdo. La transferencia de ganancias no debe responder más a las demandas de un estado asistencialista; se debe adecuar más bien a las necesidades del poder corporativo financierista. Por eso en lugar de impulsar una reforma al leonino régimen fiscal de la petrolera, la “solución inteligente” que se ha formulado apunta a la venta-concesión de la industria a las transnacionales anglosajonas (Exxon Mobil, Royal Dutch Shell etc.). En relación con la gigantesca carga fiscal que recae sobre Pemex, Julio Hernandez (Astillero) cita un estudio de Fluvio César Ruiz Alarcón, consejero profesional de la paraestatal: “En el caso de Petrobras [ejemplo que esgrime el gobierno en sus disertaciones], su carga fiscal es en promedio de 35 por ciento, una diferencia de 2 a 1 respecto de Pemex (67.4 por ciento). Ninguna empresa pública o privada puede sostenerse bajo un régimen fiscal como el que padece Pemex”. Hernández críticamente advierte: “Tanta carga fiscal sobre Pemex contrasta con la laxitud respecto de empresas que obtienen enormes ganancias en México. América Móvil… paga respecto a ventas o ingresos totales 6 por ciento a Hacienda… Femsa, embotellador independiente más grande de Coca-Cola en el mundo… paga 3.3… Y Walmart de México nada más 2.3 por ciento” (La Jornada, 26-VI-2013). A pesar de esta histórica explotación, y de su consonante estancamiento tecnológico, Pemex sigue produciendo dividendos que a más de una transnacional le interesa usufructuar. 

Más que un mero símbolo, la evidencia antedicha conduce a una conjetura obligada: Pemex es una industria extraordinariamente redituable, pese al intensivo latrocinio al que ha sido sometido. Ergo, la disputa en torno a Petróleos Mexicanos no es de orden ideológico y/o simbólico; es una disputa por el poder que confiere una de las tres reservas de petróleo (al lado de Venezuela, Brasil) más extensas y potencialmente rentables a escala continental. Alfredo Jalife-Rahme devela el “oscuro fondo misterioso” de la lucha patrimonial en curso: “Se delinean así dos Méxicos energéticos: uno nacional en decadencia para Pemex, a quien se dejaría morir a fuego lento con su chatarra, mientras es capturado paulatinamente por las empresas privadas locales, y otro trasnacional, en auge, en las aguas profundas/transfronteras/shale gas para la anglósfera, que se llevaría las joyas de la corona” (La Jornada, 3-VII-2013). 


La falsaria lógica de “más por menos” 

En este desmantelamiento de la industria nacional que sugiere Jalife-Rahme, se efectúa subrepticiamente la acción de un artificio ideológico que cierto filósofo denuncia. En la era neoliberal, la desposesión-privatización se entona como un incentivo al desarrollo, al mejoramiento o progreso. En el caso de la economía nacional, se dice que las ganancias serán más altas cuanto menor control se ejerza sobre su funcionamiento o administración. El filósofo aludido recurre al ejemplo de un celebérrimo chocolate que viene en presentación de huevo para desmentir la estafadora ecuación. El ardid mercadológico consiste en persuadir al consumidor de que su compra involucra una ventaja o ganancia excedente: en el precio de la golosina va incluido el chocolate, y por mágica añadidura un mugroso juguetito de confección china. ¡Más por menos!, reza entusiastamente la propaganda. Pero precisamente en el espacio que ocupa la codiciada “sorpresa” yace la ambicionada ganancia del fabricante. Más allá del velo ideológico que envuelve al miserable huevo-golosina, al final el consumidor recibe menos por un precio más alto en relación con el costo real del producto. Si bien la analogía se antoja baladí, acaso sirve para ilustrar el propósito encubierto de la reforma energética en puerta: hacer de México un simple cascarón. 

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