miércoles, 9 de enero de 2013

La entrañable transparencia del zapatismo contemporáneo


El conocimiento posmoderno… es un conocimiento sobre las
condiciones de posibilidad. Las condiciones de posibilidad
de la acción humana proyectada en un mundo a partir
de un espacio–tiempo local.
Boaventura de Sousa Santos.
Epistemología del Sur

La marcha del silencio de los zapatistas en Chiapas demuestra la existencia de un movimiento antisistémico vigente, con la fuerza suficiente para remover las pantanosas aguas de la política institucional y revitalizar la discusión con respecto a la misión del zapatismo contemporáneo fuera de ellas. A estas alturas resulta imposible seguir pensando que su legitimidad depende exclusivamente de la posibilidad de que el movimiento genere cambios en la correlación de fuerzas políticas comúnmente agrupadas en izquierda y derecha. Su legitimidad depende más bien de su capacidad para mantener a sus bases de apoyo en la construcción de su autonomía, del fortalecimiento de su identidad colectiva y de sus formas de organización. Las recientes acciones confirman que ese proceso no se ha detenido, a pesar de lo que digan analistas, políticos y ‘simpatizantes’.

Se ha vuelto un lugar común para los críticos ‘bien intencionados’ del laboratorio zapatista que si su lucha no lleva agua para el molino de otros movimientos, o remedos de tales como MORENA, simplemente no sirve para nada. En esta visión del frente popular, tan cara a la vieja guardia de la izquierda ortodoxa, los continuadores de la lucha de Emiliano Zapata tienen la obligación de ser la locomotora que jale los vagones-luchas populares para arribar al paraíso revolucionario. Sólo estimulando al movimiento obrero, campesino y popular puede tener el zapatismo carta de naturalización revolucionaria. De otro modo será simplemente un movimiento más, sin presencia ni legitimidad para ser considerado parte de la heroica lucha por un mundo de seres humanos libres de la explotación y la miseria.

En este sentido, se ha acusado al EZLN de mantener un inexplicable silencio frente a los horrores de la guerra civil impulsada por Felipe Calderón y el Pentágono, olvidando que en su momento salieron miles y miles a las calles de San Cristóbal de las Casas para apoyar la Marcha Nacional por la Paz y la Justicia, encabezada por Javier Sicilia en mayo del 2011. Más aún: en su andar por los caminos de las lucha por la dignidad, las bases zapatistas han enfrentado agresiones sistemáticas a su vida y patrimonio –como a las que ahora estamos expuestos todos- denunciadas por sus juntas de gobierno desde su fundación en 2003, sin emitir una sola queja o reproche por la ausencia de movilizaciones de apoyo de los que ahora les echan en cara su supuesto silencio ante la sombra de muerte y desapariciones forzadas que ensombrece al país.

En el fondo está, insisto, la ilusión de una marcha general que agrupe a todos los desposeídos y críticos de la realidad que nos asfixia para tomar el poder y acabar con el régimen imperante. No se concibe así la posibilidad de cambiar las cosas día a día, en la práctica cotidiana, en el espacio inmediato, negándole al poder, centímetro a centímetro, segundo a segundo, su capacidad para imponer un estilo de vida, una historia, una cultura, una visión de mundo. 

Los procesos en la educación que se están llevando a cabo en sus territorios demuestra la firme convicción de que solo por medio de una educación nutrida por los principios de su visión de mundo  lograrán romper con la hegemonía del consumismo y la explotación. Siguiendo la propuesta de Paulo Freire, quien definió a la educación como un proceso de emancipación a partir de la realidad presente, de los problemas identificados en la cotidianeidad, los zapatistas construyen su autonomía sigilosamente, evitando así reproducir las ideas dominantes del liberalismo caduco.
 
Asimismo, las juntas de gobierno ponen piedra sobre piedra para hacer realidad la autogestión, la resolución de conflictos a partir de valores propios y teniendo en cuenta a la comunidad como eje central de la impartición de justicia. Se ha comentado que su efectividad y legitimidad rebasa las fronteras de sus espacios de control, atrayendo a campesinos de localidades aledañas para solicitar sus oficios para resolver sus conflictos, evidenciando así la ineficacia y corrupción de los sistemas judiciales liberales, que no obedecen sino a los intereses de los dueños del dinero.

Todo esto y más en un contexto de carencias inocultables que hacen la vida difícil para las comunidades zapatistas. Pero no por eso se puede descalificar el proceso, pues afuera de ellas y en un mundo caracterizado por la abundancia, la pobreza crece exponencialmente y la injusticia es la marca distintiva de un capitalismo depredador e inhumano.

Y todo eso puede ser constatado por cualquiera que viaje a las comunidades zapatistas en Chiapas con un espíritu abierto y libre de los prejuicios de la modernidad caduca. En lugar de encontrar seres sometidos, envilecidos por la desesperanza y la molicie -enfermos gracias a los excesos de una alimentación industrializada y basada en la lujuria de los sentidos- se puede observar a personas que más allá de poseer se afanan por ser, a pesar de las agresiones del poder o las carencias materiales. Sin nada que ocultar, los zapatistas caminan construyendo autonomía, construyendo conocimiento en la acción. Casi siempre le dejan ordenar las palabras al que coloca un marco para dirigir nuestra mirada desde afuera, y que inmerso en él nos lo traduce, exasperando a las buenas conciencias y provocando la ira de los esclavos.

Es por eso que creo que la influencia de sus luchas no puede ser medida en función de su impacto mensurable en la salud de una república que los ha olvidado y ninguneado por siglos. Y a pesar de ello, la contribución fundamental del zapatismo contemporáneo se manifiesta sobre todo en su esfuerzo por construir conocimiento significativo, una potentia que se justifica por sí misma. Al procurar día a día evitar ser explotados, ninguneados, marginados y al mismo tiempo, evitar dominar a otros, dirigir a otros, las comunidades zapatistas edifican un mundo inspirado en la dignidad humana en las mismísimas montañas del sureste mexicano y de cara al mundo. Se comprende que los que no conciben un mundo diferente, ensimismados en un paradigma social caduco,  les resulta imposible valorar semejante lucha. Les parece absurda, irracional; pero para los que nadan contra la corriente, para los que consideran, como los estudiosos de la física cuántica, que los movimientos aparentemente invisibles generan grandes cambios, la entrañable transparencia del zapatismo es un acicate para seguir remando.

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