miércoles, 7 de diciembre de 2011

Desigualdad y pobreza

La desigualdad y la pobreza no son lo mismo, aunque estén estrechamente relacionadas. Confundirlas o utilizarlas indistintamente tiene como finalidad dirigir la atención a la segunda dejando de poner atención en la primera. Para el estado mexicano y para la mayoría de los políticos de nuestro sistema político, el combate a la pobreza ocupa sin discusión el primer lugar entre sus objetivos; todos los gobiernos estatales y el nacional coinciden en señalarla como el mayor flagelo que sufre nuestra sociedad precisamente para alejar la atención en un flagelo mucho más peligroso: la desigualdad.

La pobreza sirve como catalizador para organizar todos los esfuerzos de nuestros representantes políticos, empresas y organismos internacionales en una auténtica cruzada a la que nadie se atrevería a criticar. Es un poco como la democracia, a la que nunca alcanzamos pero que ordena nuestros esfuerzos colectivos y es inatacable. Con la pobreza pasa algo similar, pues aparece como el horizonte inalcanzable que guía y legitima a los estados nacionales y a los discursos políticos, logrando de vez en cuando éxitos parciales pero siempre efímeros o poco significativos. Como el caso brasileño, que se ufana de haber sacado de la pobreza a millones de personas -gracias a las políticas de combate a la pobreza en el gobierno de Lula Da Silva- olvidando el hecho de que a pesar de semejante logro Brasil sigua siendo uno de los países más desiguales del mundo.

La pobreza se mide en términos de la capacidad de consumo de un individuo. Se limita a señalar las fronteras cuantitativas que determinan quienes son pobres y quiénes no, con base en la cantidad de ingresos. Últimamente los administradores de la pobreza le han agregado calificativos como extrema, patrimonial, alimentaria, entre otros con la finalidad de que las cifras no sean tan alarmantes y pueda así demostrar el ‘éxito´ de sus políticas públicas. En todo caso, si utilizamos los límites fijados en los países de primer mundo para contabilizar a sus pobres, nos encontraremos que la clase media en México prácticamente no existiría pues la mayoría de sus integrantes no lograría sobrepasar la línea de la pobreza de Francia, por ejemplo.

Por el contrario, medir la desigualdad implica dimensionar las posibilidades de cualquier individuo para desarrollar plenamente su potencial como ser humano. En la medida en que cada vez menos personas tengan ésa posibilidad existirá mayor desigualdad. De nada sirve salir de pobre (o sea tener un mayor margen de consumo) si los ricos son inmensamente más ricos, pues es la desigualdad la que hace posible la explotación del hombre por el hombre.

¿Cómo se manifiesta la desigualdad en la realidad? En la incapacidad de un sociedad para evitar la violación sistemática de los derechos humanos; en la remota posibilidad de que cualquier ciudadano pueda hacer efectivos sus derechos. Si unos pocos son muy poderosos y muchos son muy débiles la impunidad, la corrupción, el despojo, la discriminación y el racismo sentarán sus reales sin mucho esfuerzo. Podrá usted tener un mejor ingreso pero a la hora de ejercitar sus derechos, si éstos entran en conflicto con los intereses de una corporación internacional, difícilmente saldrá ganando. Es el caso de incontables comunidades, colonias y municipios que han protestado por la depredación ejercida por compañías mineras, maquiladoras, madereras, de energía y un largo etcétera. A pesar de que les asiste la razón jurídica, el saqueo no se detiene e incluso miembros activos de las comunidades son asesinados, secuestrados e intimidados no sólo por representantes de las corporaciones legales y no tanto, sino también por las propias autoridades.

Como mencionaba al principio, la desigualdad y la pobreza están relacionadas por el hecho de que la pobreza ensancha la brecha entre los que tiene mucho y los que tienen muy poco. Pero al mismo tiempo, la desigualdad promueve la pobreza pues la imposibilidad de gozar de un derecho como el salario justo o un trabajo digno contribuye a la pérdida de ingresos por parte de las mayorías.

Los gobiernos se inclinan por colocar a la pobreza por encima de la desigualdad con el argumento de que las personas no pueden ejercer derechos si no tiene satisfechas sus necesidades básicas pero esto pasaría por alto el hecho de que, por ejemplo, en nuestro país son los más pobres entre los pobres, los neozapatistas, los únicos que han articulado una programa político coherente y crítico de la realidad económica, política y social que vivimos. Si la lógica de los administradores de la pobreza funcionara en la realidad este hecho no sería posible. Sin embargo, han sido los pobres los que se han enfrentado a las políticas neoliberales mientras que el resto de la sociedad, bien nutrida y educada -incluida por supuesta la izquierda partidista, no ha logrado más que profundizar la desigualdad mientras combaten la pobreza y señalan el rumbo que debe seguir el país.

Tal vez por eso habrá que poner más atención en el combate a la desigualdad, vía ejercicio de los derechos civiles, políticos y sociales, que en el de la pobreza, artilugio perverso de funcionarios y políticos de todos los colores para justificar su corrupción y su ineficacia. Y mientras nos distraen con sus programas de combate a la pobreza la desigualdad crece. No se trata de dejar de luchar por lograr mejores salarios y condiciones de trabajo sino de recordar que para lograr una mejor calidad de vida resulta indispensable que los ciudadanos tengamos un mayor control sobre las decisiones que afectan nuestra vida cotidiana. No sólo de pan vive el hombre.

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