sábado, 3 de septiembre de 2011

Un México para el futuro

Parece momento adecuado –o bien asunto urgente– tomar al toro por los cuernos, y hurgar hasta llegar al fondo de esta aciaga trama –México– donde habrá de asomarse la naturaleza ontológica del proyecto nacional en marcha, trazado e instrumentado con ascendente rigor en las últimas dos décadas. No es casual que en México no se ha concedido nunca el arribo, ni vía institucional, menos vía iniciativa popular, de un gobierno de oposición. Los escandalosos fraudes electorales de 1988 y 2006 son una muestra implacable del apremio de la autoridad y los poderes fácticos por llevar a feliz término la concreción de un proyecto nacional a todas luces anti-nacional. No hay margen siquiera minúsculo de error en un proyecto de esta envergadura: a saber, la venta del país –anexión política-económica– a Estados Unidos. El progresivo desmantelamiento de la industria nacional, así como la entrega de la banca al capital extranjero, es una prueba fehaciente de esta iniciativa gubernamental. El conocido estadista norteamericano Woodrow Wilson, allá por 1913, apuntó atinadamente: “Un país es poseído y dominado por el capital que en él se haya invertido”. La diosa de la casualidad no existe en la política; la ley de causalidad es la emperatriz en política. De esto se desprende que las élites mexicanas han actuado en connivencia con sus homólogos estadunidenses en la orquestación del auto-aniquilamiento nacional en puerta.

México ha sido terreno experimental para propósitos y despropósitos foráneos cuyos antecedentes intervencionistas están ampliamente documentados, no obstante la negativa de los círculos políticos e intelectuales a reconocerles o censurarles por su carácter violatorio. La tendencia indica que la aceptación de los mexicanos –visiblemente incautos frente al culto entreguista de la cúpula de la pirámide nacional–, con respecto a la penetración de Estados Unidos en los asuntos domésticos, ha mantenido una línea ascendente. Naturalmente, el poder y los dispositivos de comunicación social han ejercido una presión ideológica férrea y exhaustiva.

El colmo de este cultivo de ideas viciadas fue la publicación, en 2009, de una especie de manifiesto de corte neocolonial, cuyo contenido se inspira, con embriaguez litúrgica, en refritos ideológicos caducos, francamente instrumentales, y cuyo objeto es persuadir a la sociedad mexicana –que no convencer con razonamientos que corresponden a un intelecto maduro, íntegro– a que renuncie a su pasado, raíces e historia; una herencia que, de acuerdo con los autores del manuscrito y en consonancia con su visible analfabetismo didáctico, representa un lastre nocivo que debe superarse en aras de un futuro que plantee “la necesidad (sic) de una integración ordenada con América del Norte”. Es tiempo, alega la reconocida dupla de analistas políticos que firman el documento, “de reconocer las tendencias históricas y dar un paso ambicioso más allá, hacia la construcción de una unión económica de América del Norte, que incluya lo que excluyó (¡sic!) el Tratado de Libre Comercio: migración, energía, infraestructura, instituciones supranacionales, fondos de cohesión social, convergencia económica –y en el lejano horizonte la moneda única– y el tema obligado de estos años: la seguridad regional”.

El texto referido se titula “Un futuro para México”; la conclusión obligada de las reflexiones allí contenidas bien puede resumirse así: There is no better way than the American Way.

¿Y México, que lugar ocupa, a que lugar lejano –futuro– se dirige? Una trabajadora del Casino Royale, en el clímax de la tragedia reciente, encontró, trastabillando, la respuesta a esta incógnita: “A este país ya se lo llevó la chingada. Puras mentiras nos dicen, no somos pendejos”.

1 comentario:

Jorge Ramiro dijo...

La verdad no lo leí pero no se cómo se verá México en el futuro espero que uno muy bueno porque recientemente con unos amigos decidimos abrir una pequeña cadena de hoteles en veracruz espero que nos vaya bien.